México es uno de los países con mayor estrés laboral del mundo. Siete de cada diez personas trabajadoras reportan síntomas de burnout, un agotamiento emocional y físico que no solo se debe al trabajo en sí, sino también a factores como el tráfico, el ruido, la contaminación y la falta de espacios tranquilos para recargar energías.
El impacto va más allá de lo individual. La Organización Internacional del Trabajo estima que el estrés crónico genera pérdidas económicas en México que pueden alcanzar los 40 mil millones de dólares al año. Las empresas pierden productividad, aumentan las incapacidades médicas y disminuye la calidad del trabajo. Pero, sin duda, el costo más alto lo paga la salud mental y física de las personas.
Frente a este panorama, algunas ciudades y empresas ya hablan de rediseñar entornos laborales y urbanos que promuevan el bienestar: más espacios verdes, horarios flexibles, atención psicológica accesible. Porque trabajar no debería ser sinónimo de desgaste, sino de realización. Y para eso, necesitamos ciudades que ayuden a respirar, no a colapsar.