Diversos estudios han demostrado que la soledad no solo afecta el estado emocional: puede amplificar el dolor físico. Sentirse aislado activa las mismas zonas del cerebro que se encienden ante una lesión corporal. Esto explica por qué quienes padecen enfermedades crónicas como fibromialgia o artritis reportan más dolor cuando también se sienten solos
Se trata de un círculo vicioso: el dolor físico lleva al aislamiento, y la soledad incrementa la percepción del dolor. Esta interacción entre cuerpo y mente ha sido confirmada por neurocientíficos, y cada vez más especialistas insisten en que el acompañamiento emocional debe formar parte del tratamiento para enfermedades físicas persistentes.
La buena noticia es que hay formas de romper este ciclo. Terapias psicológicas, participación en grupos de apoyo o simplemente establecer conexiones sociales significativas pueden reducir el dolor y mejorar la calidad de vida. En un mundo donde la soledad va en aumento, construir comunidad puede ser también una forma de sanar el cuerpo.