Pocas personas lo saben, pero interactuar con una inteligencia artificial como ChatGPT puede consumir más agua que preparar una taza de café. Cada consulta requiere enormes cantidades de energía, y con ello, de agua, para enfriar los servidores que procesan tus preguntas. Gran parte de ese líquido, además, se evapora y se pierde para siempre.

A medida que los modelos de IA se vuelven más potentes, también se vuelven más exigentes con los recursos. Los centros de datos que los alimentan usan millones de litros de agua potable, en su mayoría, para refrigeración. Y en muchas regiones del mundo donde el agua ya escasea, este uso plantea serios dilemas éticos y ambientales.

Expertos en sostenibilidad tecnológica están alzando la voz: si no se regula pronto el impacto ambiental de la inteligencia artificial, el progreso digital podría estar drenando recursos vitales. En un planeta sediento, la innovación debe ir acompañada de responsabilidad. La pregunta es: ¿estamos dispuestos a pagar ese precio?