En 1905, un joven Albert Einstein presentó su primera tesis doctoral a la Universidad de Zúrich. Su objetivo era demostrar que las moléculas no eran solo una teoría, sino entidades físicas reales y medibles. Pero su propuesta era tan avanzada, que los académicos no supieron cómo evaluarla. La rechazaron.

Lejos de rendirse, Einstein reescribió su investigación y, meses después, publicó una serie de artículos que transformarían la física para siempre. Aquel año sería recordado como su “Annus Mirabilis”, cuando sentó las bases de la relatividad, el efecto fotoeléctrico y el movimiento browniano.

La historia de Einstein nos recuerda que incluso las mentes más brillantes pueden ser incomprendidas al principio. Y que un “no” puede ser el punto de partida hacia una revolución científica.

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