Antes de la llegada del cristianismo a América, las culturas prehispánicas de Mesoamérica ya celebraban el invierno como un momento sagrado ligado al renacimiento del Sol y al equilibrio del universo. Para pueblos como los mexicas y los mayas, esta etapa del año no representaba el final, sino el inicio de un nuevo ciclo vital.

En el mundo mexica, el solsticio de invierno coincidía con las festividades dedicadas a Huitzilopochtli, dios del Sol y de la guerra. Las celebraciones incluían danzas rituales, carreras ceremoniales, banderas de papel y alimentos elaborados con amaranto, un grano sagrado. Estos rituales buscaban fortalecer al Sol para asegurar su victoria diaria sobre la oscuridad y garantizar la continuidad del mundo.

Por su parte, los mayas celebraban la renovación del ciclo agrícola con ceremonias comunitarias que incluían brasas encendidas, casas decoradas con pino y musgo, banquetes colectivos y actos de ayuda hacia los más necesitados. Con la conquista española, muchas de estas prácticas fueron sustituidas por la Navidad cristiana, aunque varias tradiciones ancestrales se fusionaron y aún sobreviven de forma simbólica en las celebraciones actuales.

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