La elección del 25 de diciembre como fecha para celebrar la Navidad no fue casual ni aparece de manera explícita en los textos bíblicos. Mucho antes de asociarse con el nacimiento de Jesús, diciembre ya tenía un profundo significado en el Imperio romano, donde se celebraban festividades relacionadas con el solsticio de invierno y el ciclo de renovación de la vida.

Entre el 17 y el 23 de diciembre se llevaban a cabo las Saturnales, fiestas dedicadas al dios Saturno, caracterizadas por el descanso laboral, los banquetes públicos, el intercambio de regalos y una atmósfera de igualdad temporal entre amos y esclavos. Estas celebraciones marcaban el fin del año agrícola y simbolizaban el retorno de la luz tras los días más cortos del año.

Con la expansión del cristianismo, la Iglesia optó por establecer el nacimiento de Jesús el 25 de diciembre, una fecha estratégica que facilitó la adopción de la nueva religión entre los pueblos paganos. Así, antiguas celebraciones solares se transformaron en la Navidad cristiana, que con el paso de los siglos se consolidó como una de las festividades más importantes y extendidas en todo el mundo.