El 93% de los adolescentes no duerme lo suficiente. Aunque la ciencia ha sido clara en que los jóvenes necesitan entre 8 y 10 horas de sueño diario, la mayoría no llega ni a 7. El problema no es solo el número de horas, sino el desajuste entre su reloj biológico —que los hace naturalmente noctámbulos— y los horarios escolares, que los obligan a madrugar constantemente.
Este desfase constante genera un “jet-lag social” crónico con consecuencias devastadoras: menor rendimiento escolar, alteraciones emocionales, pérdida de memoria y, en casos extremos, daño cerebral irreversible. Según la revista Nature Human Behaviour, hasta el 95% de las personas con trastornos psiquiátricos tienen problemas de sueño como antecedente.
Dormir mal ya no es solo un mal hábito, es un problema de salud pública. Para cuidar la salud mental de los jóvenes, quizás el cambio no esté en obligarlos a dormir temprano… sino en rediseñar el mundo que no los deja descansar.