El bullying afecta a más de un tercio de los estudiantes en todo el mundo, según datos recientes. Sin embargo, la mayoría de los casos no se detectan a tiempo porque el acoso no siempre deja huellas visibles. Muchas veces, los niños callan por miedo, vergüenza o porque piensan que nadie los va a entender. Por eso es fundamental aprender a leer las señales silenciosas.

Entre las señales más comunes están: cambios de humor repentinos, aislamiento social, dolores físicos sin causa médica aparente (como dolores de cabeza o estómago), caída repentina en el rendimiento escolar, y daños frecuentes a objetos personales como mochilas, ropa o útiles. También es común que eviten actividades que antes disfrutaban, como salir a jugar o asistir a la escuela.

Detectar a tiempo estas señales puede cambiar la vida de un niño. El bullying prolongado tiene efectos devastadores: ansiedad crónica, depresión, baja autoestima y, en casos extremos, conductas suicidas. La solución no es solo castigar al agresor, sino también acompañar emocionalmente a la víctima. Escuchar, observar y actuar a tiempo puede hacer toda la diferencia.